El haber nacido en una familia de estrato socioeconómico bajo y haber vivido una infancia de privaciones económicas, me hacía sentir que un lugar como la Universidad de los Andes no era para mí, ello se acrecentaba ante la dificultad de acceder a su campus, incluso para eventos “abiertos al público” como exposiciones y conferencias, ya que las rejas y los estrictos operativos de seguridad me hacían sentir doblemente excluido, me sentía en el lugar equivocado, pensaba que no estaba bien vestido; cuando lograba entrar me confundía mucho, me perdía entre los pisos y edificios y me daba pena preguntar. Estas barreras de acceso refuerzan una condición elitista y prejuiciosa, genera desigualdades y asimetrías. Hoy en día, siento a la universidad mucho más diversa y me siento a gusto en ella, me siento en la capacidad de interactuar con las personas y con voluntad de apoyar a quien lo necesite.