El mensaje de esa conversación de WhatsApp rezuma un sexismo preocupante, como si las mujeres tuvieran que demostrar su valía ante los hombres, validando además un abuso de poder docente que, claramente, es inaceptable.
He perdido incontables espacios por culpa de prejuicios ajenos, esos que se clavan como espinas y convierten la comodidad en un lujo, dejándome con la sensación de ser menos.
Nunca quise encasillar a nadie en etiquetas, ni alimentar estereotipos… pero ¿acaso escapé por completo de ello? Tal vez, en algún momento, se me escapó un comentario ciego, o permití que alguien más lo soltara en mi silencio. Es triste admitirlo, pero esta sociedad ha normalizado tanto la discriminación que a veces somos cómplices sin siquiera notarlo—racistas, sexistas, inconscientes—hasta que el espejo nos devuelve la mirada.