Desde muy pequeña mi crianza estuvo muy ligada a los estereotipos sociales. Mi papá iba todos los días a trabajar, casi no lo veía en la casa y era el que mantenía económicamente a la familia. Mi mamá cuando me tuvo a mí renunció a su trabajo y se dedicó completamente a cuidar de la casa, de mi hermano mayor y de mí. Yo crecí creyendo que eso era normal. Mi sueño en la vida era poder tener una familia y cuidar de ella, esperando que mi futuro marido pudiera trabajar y mantenernos a todos. Ya más grande conocí personas que me decían que tanto la mamá como el papá trabajaban, y eso se me hacía muy raro. Siempre pensé que la mujer al establecer su familia tenía que renunciar a su profesión para ser ama de casa. Para mí eso era casi que ley. Por eso, cuando descubrí que las cosas no tienen por qué ser así empecé a estar mucho más atenta de todos los prejuicios y estereotipos que nos impone la sociedad, queriendo debilitarnos en algunas ocasiones y exigiéndonos bastante en otras por el mismo hecho de ser hombres o mujeres.
Considero que estos prejuicios afectan también a los hombres. Mi hermano quiso estudiar música pero mis papás no se lo permitieron, le dijeron que tenía que estudiar algo que “sí diera plata” como administración de empresas, y que la única forma en la que le iban a pagar la carrera de música era si empezaba con otra más “real”. Al final hizo la doble y dejó botada la de música. Sé que si yo les hubiera dicho a mis padres que quería estudiar música o alguna carrera de artes, ellos me lo hubieran permitido porque por ser mujer consideran que no es importante que yo vaya a ganar mucho dinero o que vaya a tener que mantener a una familia. Me criaron para ser una “mantenida”, como “debe ser”.