Muchas veces sustentamos la discriminación con comentarios como los de Sebastian, que terminan por perpetuar y normalizar actitudes opresivas y denigrantes. Nos resguardamos en lo “estricto” para camuflar nociones patriarcales centradas en la desventaja de un género sobre otro, la inferioridad de lo femenino y el enaltecimiento de lo masculino. Al quedarnos en respuestas superficiales, desviamos la atención de discusiones sobre la igualdad y la imparcialidad, nos privamos de crear espacios de inclusión y de mitigar los tratos segregantes. Es por la omisión de estos temas y especialmente por la exculpación de las conductas machistas que muchos se ven privados de desarrollarse libremente en un espacio académico, profesional, familiar o social. No en vano, frecuentan las mujeres que son aisladas del mercado laboral remunerado, que desisten de sus intereses y pasiones, que se tornan invisibles en las conversaciones y cuya voz es silenciada por razón de su género. Como mujer, he estado expuesta toda mi vida a comentarios como “Calladita te ves más bonita”, “Eso no lo hace una señorita”, “Pateas como niña”, entre otros. Me han mirado con ojos de duda cuando tengo opiniones sobre temas “no convencionales para una mujer”, cuando me desenvuelvo en esferas no esperadas para mi género o disfruto de actividades dominadas por los hombres. Todo, queriendo presentarse como una limitación y una barrera a mi identidad, como un obstáculo para poder gozar de distintos escenarios y oportunidades. Sin embargo, está en nosotros apropiarnos de nuestros adjetivos, ir más allá de lo que “debe ser”, no quedarnos en lo “estricto”, cuestionar y no participar de los comentarios excluyentes. De ser así, en vez de desalentarnos lograremos motivarnos y fortalecernos.